A comienzos del siglo VI, el incipiente reino visigodo español estaba lejos de haberse consolidado. Ni interiormente -ya que hispanorromanos y visigodos convivían, compartían las tierras, pero no se habían fundido- ni exteriormente, pues dos fuerza expansivas de bien distinto carácter -los germanos, representados por los francos, de una parte, y los bizantinos, de otra- intentarían incorporar la Península a sus respectivos dominios.
Una vez más, España se hallaba entre el círculo nórdico y el círculo mediterráneo. Resistirse a una y a otra atracción podríamos decir que constituyó toda la política exterior del reino visigodo. Tal vez la fijación definitiva de la capital en Toledo respondió a este doble peligro, que amenazaba por el Nordeste y por el Sudeste, y frente al cual los visigodos efectuaron como un repliegue defensivo al castillo central de la Península.
- Los visigodos y su carácter romanizado y arriano
Ya con anterioridad a su instalación en la Península, los visigodos habían sufrido la influencia de la cultura romana y recibido el cristianismo. Mas fueron evangelizados por los seguidores de Arrio, cuya doctrina -que negaba la consubstancialidad del Padre con el Hijo, aunque condenada en el Concilio de Nicea- seguía gozando de gran extensión en la parte oriental del Imperio romano. Y este doble carácter de romanizados y arrianos los había de diferenciar de los francos, los cuales conservaron un germanismo más puro y agresivo, pero que, al convertirse al catolicismo, supieron ganarse el apoyo de la Iglesia, la gran fuerza de la época. Era el de los visigodos un arrianismo a flor de piel, falto del vigor necesario para poder imponerlo a las poblaciones gala o hispanorromana que dominaban, cuyo superior número y más elevada cultura las preservaba del contagio. Sólo en contadas ocasiones adoptaron medidas de intolerancia, lo cual no impidió que cuando los francos ocuparon el sur de la Galia, apareciesen a los ojos de la población, más como liberadores que como conquistadores.
- El reino visigodo, salvado por la ayuda de los ostrogodos
El reino visigodo estuvo a punto de hundirse totalmente después de Vouillé. Lo salvó la ayuda de los ostrogodos, y durante cierto tiempo existió un verdadero protectorado de Teodorico. Incluso Teudis (532-548), uno de los reyes visigodos durante este período, tal vez fue de origen ostrogodo. Este monarca hubo de oponerse a un ataque de los francos, los cuales penetraron en la Península y llegaron hasta Zaragoza. Estas agresiones se repitieron a lo largo de más de un siglo, adoptando con frecuencia la forma de intervención en las luchas políticas de los visigodos. La rica Narbonense y la Tarraconense suponían una tentación constante para los francos, quienes se aprovecharon, además, de la tendencia a la autonomía que mostraban dichas regiones, de personalidad bien diferenciada dentro del reino visigodo.
- La amenaza de Justiniano y sus soldados
Casi al mismo tiempo surgía en el frente mediterráneo otra amenaza, de momento quizá más grave, pero que había de ser menos duradera. Justiniano se esforzaba en hacer efectivos los derechos que, a partir de la desaparición del Imperio en su pars occidentalis, tenía teóricamente Bizancio sobre todas las tierras bañadas por el Mediterráneo. Facilitaba su empeño la debilidad de las monarquías bárbaras, minadas por el antagonismo de los elementos que constituían su población y por las discordias civiles, lo cual el había permitido conquista el reino vándalo de África y el ostrogodo de Italia. También al socaire de las querellas internas, los soldados de Justiniano pusieron pie en la Península Ibérica. Frente al rey godo Agila, el pretendiente Atanagildo halló apoyo en la Bética, donde existía una fuerte oposición romano-católica. Solicitada la intervención de tropas bizantinas, Agila fue vencido, y su rival ocupó el trono de los visigodos. Pero los imperiales se quedaron con el Algarbe, las Baleares y una extensa faja costera, que iba desde la desembocadura del Júcar a la del Guadalquivir, y penetraba profundamente en el interior, hasta más allá de Córdoba.
+ El reino de los visigodos sobrevivió a la intervención bizantina
Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido con los vándalos y ostrogodos, la intervención bizantina en España no acabó en conquista total. El reino de los visigodos sobrevivió, debido, en parte, a que en el año 555 Justiniano estaba ya envejecido y cansado, y los recursos del Imperio romano, exhaustos, sólo permitían empresas de corto alcance. La ocupación se limitó a la zona periférica meridional y levantina -aproximadamente, la misma región marítima, rica y accesible, en la que se instalaron los romanos después de la segunda guerra púnica-, y aun en ella, los bizantinos se vieron pronto reducidos a la defensiva, con la que aspiraban únicamente a conservar algunas plazas en el litoral peninsular, en las cuales se mantuvieron más de medio siglo.
Pero dicha ocupación es sólo un aspecto de la atmósfera bizantizante en que vive en gran parte de la Península, y que es consecuencia de la persistencia, a beneficio de Oriente, de muchos elementos de la unidad mediterránea que el Imperio romano había creado.
No cesa el comercio con los puertos de Italia, de Oriente -en especial, Alejandría- y del norte de África, aunque acaso disminuya su volumen y su regularidad y exista la tendencia a limitarse a los objetos de lujo. Son frecuentes las noticias relativas a mercaderes extranjeros -sirios, muchos de ellos- establecidos en las principales ciudades de la Península, incluso en algunas situadas hacia el interior, como Sevilla, Mérida y Córdoba. Tejidos, joyas, objetos litúrgicos atestiguan una relación ininterrumpida con los talleres coptos y bizantinos. La arquitectura de la Italia bizantina -particularmente la de Rávena- sirve de modelo para construcciones españolas.
En casi todas las regiones de España hallamos personajes orientales, principalmente eclesiásticos. Aportan libros, fundan escuelas y mantienen vivas las relaciones con Bizancio. San Leandro, obispo de Sevilla, hace repetidos viajes a Constantinopla, donde se granjea la amistad de San Gregorio Magno; y Juan, abad de Biclaro, godo católico, pasa diecisiete años estudiante en Bizancio. Así, pues, también en lo referente a las relaciones espirituales se mantenía la comunidad mediterránea sin aparente obstáculo, a pesar de la ocupación germánica de gran parte de la Península.
- La final formación de un Estado hispanovisigodo
La supervivencia de cierta unidad económica y cultural mediterránea, la intervención bizantina o los ataques francos no impidieron la formación de un Estado hispanovisigodo, que, a fines del siglo VI, con Leovigildo, parece alcanzar la necesaria consistencia. Esta consistencia sólo pudo lograrla gracias a que, mientras que en Italia y África ostrogodos y vándalos constituyeron siempre una minoría extraña y aislada en un medio hostil, en la Península se fundieron germanos e hispanorromanos. Y sobre este unanimidad pudo alcanzarse un Estado independiente.