El progresivo robustecimiento que el poder regio había experimentado a lo largo de la Baja Edad Media, se ve favorecido a comienzos de la Edad Moderna por los acontecimientos a los que hemos aludido anteriormente. Consecuencia de esta situación, que se tradujo en un acentuado centralismo y autoritarismo, en una invariable dirección absolutista que alcanzaría su cénit en el siglo XVIII, que fue el propósito intervencionista del monarca mediante el instrumento de la ley en sus variadas formas, lo que a su vez provocó la reacción y defensa de los reinos, especialmente de los que habían mantenido más firmemente una tradición jurídica autonomista, según hemos expuesto con anterioridad.
No obstante esos mecanismos de defensa, el poder real fortalecido consiguió, a través del aluvión de nuevas leyes con las que intentó configurar la sociedad del nuevo Estado, precipitar la decadencia de los viejos fueros municipales, al tiempo que originó un nuevo problema al hacerse difícil el conocimiento y la ordenación de tan copiosas normas.
Fuente:
Manual básico de Historia del Derecho - Enrique Gacto Fernández, Juan Antonio Alejandre García, José María García Marín.